Polémicas y asimetrías en la política americana
Afganistán, Trump, juicios y la falta de cinismo demócrata
Estados Unidos abandonó Afganistán el 30 de agosto del 2021, tras casi veinte años de guerra. Escribí sobre ello varias veces esos días, y mi opinión no ha cambiado demasiado: la retirada era una buena idea, fue ejecutada excepcionalmente bien, teniendo en cuenta el contexto1, y puso fin a una de las mayores chapuzas militares y diplomáticas de la historia reciente del país. Estados Unidos llevaba como mínimo quince años sin tener la menor idea sobre qué hacían en ese país, tirando a la basura miles de millones dedólares y más de 2.400 soldados muertos sin ningún objetivo aparente.
Donald Trump decidió que era hora de largarse como fuera. Joe Biden, al llegar a la presidencia, revisó el calendario ligeramente, postponiendo la salida unos meses, pero cuando llegó el momento hizo lo correcto y se largó del país.
La opinión pública americana, sin embargo, no lo entendió de la misma manera. La salida de Afganistán fue el punto de inflexión de Biden en los sondeos, del que nunca ha acabado de recuperarse; los comentaristas políticos siguen señalando la decisión como un “error” o una “chapuza”, a pesar de que nadie ha sido capaz de explicar un plan alternativo mejor.
Estos días el debate ha vuelto a reactivarse con la publicación de un libro escrito por Alexander Ward, un periodista de Politico. Varios medios se exclamaban de que Biden dijera estar orgulloso de su decisión, como si acabar una guerra sin sentido fuera una especie de aberración extraña. La narrativa republicana de que la salida (que fue iniciada por Trump) fue una catástrofe no es nunca cuestionada.
Debates asimétricos
El debate sobre Afganistán sigue, de hecho, un patrón bastante habitual en la política americana. Un presidente, candidato, o legislador demócrata toma una decisión polémica o se mete en alguna clase de escándalo. Los medios conservadores y cargos republicanos salen, en bloque, a criticarle. Los demócratas, mientras tanto, suelen hacer declaraciones de apoyo, pero a menudo respondiendo o aceptando parte de las críticas. En Afganistán, por ejemplo, “la salida era necesaria, pero fue mal ejecutada” o “la salida era necesaria, pero Biden no rescató a suficientes refugiados afganos”. A pesar de que la segunda parte de esas declaraciones quizás sea cierta, su mera existencia permite que los comentaristas hablen de “críticas de ambos partidos” cada vez que informan sobre la noticia.
Para un votante despistado, el debate político suele orientarse desde una óptica partidista: qué dicen los míos, que dicen los otros, estoy de acuerdo con el análisis de mi partido, y poco más. Si en una polémica los demócratas están a favor y los republicanos están en contra, esto es una disputa partidista cualquiera y no hay por qué prestarle atención. Si la discusión, sin embargo, tiene un partido en contra y el otro criticando a “los suyos” o dividido, es un tema más serio y es probable que el bando criticado algo haya hecho mal.
Sea por temperamento, sea por falta de disciplina, sea por una cosmovisión patológicamente adicta a poner “peros” a todo, en Estados Unidos la izquierda en general, y el partido demócrata en particular, es incapaz de ver un problema en el que no quieran encontrar matices. La salida de Afganistán, oh cielos, hay esos errores. La “polémica” sobre los emails de Hillary, quizás deberían haber sido más cuidadosos. La edad de Biden, sí, quizás deberíamos hablar sobre ello, porque a la gente le preocupa. Las críticas a la fiscal de Georgia por acostarse con un compañero de trabajo, oh, quizás esto debilite la confianza de los votantes en la investigación2.
Los republicanos, mientras tanto, simplemente cierran filas, sin rechistar. No importa lo absurdo que sea el tema ( el “robo” de las elecciones del 2020, la “persecución” judicial contra Trump o “la agenda woke”), el partido siempre ataca el tema con entusiasmo, sin peros, acotaciones, matices o zarandajas variadas. Cuando un político demócrata dice algo racista, sus aliados son los primeros en criticarle; cuando lo hace un conservador, el silencio del resto es casi siempre la nota dominante.
Los republicanos defenderán lo que sea, por estúpido que parezca, incluso si estaban diciendo exactamente lo contrario hace dos semanas. Si alguien comete el error de romper filas, el pobre infeliz será excomulgado y expulsado del partido, sea la hija de un vicepresidente, un excancidato a la presidencia o el Papa de Roma. Incluso cuando el argumento es completamente absurdo (véase: inmunidad presidencial absoluta, la “corrupción” de Biden) irán felizmente a por todas, sin que algo tan básico como la realidad o el sentido del ridículo les moleste lo más mínimo.
Y si para ello van a montar un impeachment al presidente basado en las acusaciones de un “hombre de negocios” ruso imputado por mentir al FBI sobre esas mismas acusaciones, se hace y listos.
Hack Gap
Esta dicotomía precede a Donald Trump, por cierto; el GOP lleva operando así desde cómo mínimo los años noventa. Kevin Drum le llama el Hack Gap (“hack” se refiere a “political hack”, un término despectivo para un portavoz partidista), y es una de las constantes universales del debate político americano. Por algún motivo inexplicable, los republicanos tienen esta norma no escrita que siguen casi a rajatabla de no criticar a los suyos. Los demócratas, mientras tanto, creen que uno no está haciendo su trabajo si no le suelta una colleja a sus compañeros de filas de vez en cuando.
A decir verdad, no acabo de entender el por qué de estas diferencias. Drum recuerda una cita socarrona de Robert Frost, quien decía que un liberal (alguien de izquierdas, en jerga americana) es alguien tan abierto de miras que es incapaz de defender sus propias ideas en una discusión. Esta clase de explicaciones, sin embargo, me parecen un poco burdas; los políticos responden a incentivos, y si están actuando así probablemente sea por un buen motivo. Dada la capacidad del partido demócrata para ganar elecciones, es posible que esta falta de disciplina sea buena idea a largo plazo, pero me cuesta comprender cómo perder todos los debates públicos sea algo que ayude a nadie en las urnas.
Mi hipótesis (que desarrollo más en el libro, por supuesto) es que el GOP es un partido estructuralmente bastante distinto a los demócratas. Las bases republicanas son mucho más conservadoras que el votante mediano, y suelen castigar a los políticos que los contradicen con vehemencia en primarias. Sobre cómo acabaron allí y su entusiasmo en purgar disidentes, hablaremos otro día.
Trump y sus escándalos
La existencia del Hack Gap explica en parte por qué polémicas que hubieran acabado con cualquier candidato demócrata apiolado por su propio partido le resbalan a Trump por completo.
El viernes, sin ir más lejos, al buen hombre le cayó una multa de 450 millones de dólares por cometer múltiples fraudes financieros3, algo que creo que no es del todo aceptable en un candidato a la presidencia. Quizás es menos inaceptable que haber violado una mujer o dado un golpe de estado, pero no mucho menos. Esto fue noticia el viernes, generó algún titular el sábado, y hoy lunes está completamente olvidado. Un comentario al azar en un informe de un fiscal tuvo a toda la prensa entrevistando granjeros en diners en Wisconsin sobre si les preocupaba la edad de Joe Biden, porque medio partido demócrata estaba diciendo que quizás era hora de hablar sobre ello; 455 millones de fraude provocó cero reacciones negativas por parte del GOP o Fox News, y todo el mundo pasando página.
La otra noticia del viernes fue la muerte totalmente involuntaria, accidental, no provocada, sorprendente y salida de la nada de Alexei Navalny, líder de la oposición ruso que falleció mientras paseaba al aire libre en su cárcel siberiana en febrero. Casi toda la clase política americana ha condenado la represión de Putin, con la notoria excepción de Donald Trump. La única que ha criticado su silencio en el partido es Nikki Haley, que va camino de ser purgada del GOP en cuando acaben las primarias.
La misma historia de siempre: la combinación de literalmente decenas de escándalos y el hecho de que nadie en el GOP se exclama nunca sobre ellos hacen que las peores noticias pasen de largo para Trump. Es delirante.
Bolas extra
El hombre que vivió cinco años en un hotel de Nueva York sin pagar gracias a una artimaña legal. Hasta que se vino arriba, y empezó a decir que el edificio era suyo.
Los medios americanos se enfrentan a una crisis colosal, una “extinción”.
Un grupo de presión especialmente odioso del que no se habla demasiado: los concesionarios de coches.
El libro sale el 14 de marzo, y seguramente habrá actos y saraos de presentanción por España. Os mantendré informados.
Las fuerzas armadas americanas sólo sufrieron trece bajas, todas en el mismo atentado suicida en la entrada del aeropuerto de Kabul. Visto en perspectiva, es una cifra minúscula.
La “polémica” es completamente artificial, pergeñada por un acusado que trabajada en la campaña de Trump buscando noticias negativas sobre candidatos demócratas. Dado que no descubrió nada polémico en la carrera de la fiscal, acabó recurriendo a una relación sentimental irrelevante como avenida de ataque.
Concretamente, inflar la valoración de sus activos para conseguir condiciones mucho más favorables en préstamos bancarios.
La izquierda en general, por muy derechosa que sea, es inherentemente más autocrítica porque bajo ella hay un impulso sociobiológico: proteger la posibilidad de la disidencia y la pluralidad. Mientras que la derecha suele ser más disciplinada y jerárquica por el impulso contrario que lo equilibra: asegurar un orden y competir con él. Un equilibrio de lo vivo descrito desde Dobzhansky. Gracias por la entrada.