Trump es lo que parece
Tontadas, donaciones enormes, y candidatos pifiando. Un poco de todo.
Hoy toca hablar sobre varios temas así al azar, porque las noticias vienen cargadas y no hay tiempo de hablar de todo. Empecemos por el tipo que sale en todas las fotos, Trump, y sigamos con otras desgracias electorales.
El político más sincero de América
Trump miente constantemente. Es alguien que nunca dice la verdad, y cuando lo hace, es casi de manera accidental. Eso no quiere decir que no sea un tipo sincero, porque es exactamente quien aparenta ser.
La saga de los documentos secretos robados de Trump es un ejemplo típico de todos los escándalos que han envuelto al presidente. El tipo, durante toda su carrera política, se ha metido en berenjenales tremendos una y otra vez simplemente porque le apetecía hacer algo increíblemente estúpido, corrupto o mezquino, y en vez de pararse a pensar si eso tenía sentido o no, lo hacía porque bueno, le salía de los huevos. Trump tiene la mentalidad de un niño de seis años, pero con mucho más dinero y menos capacidad de autocontrol; toda su vida se ha movido por impulso e instinto sin compás moral alguno, y sigue haciéndolo, sin más, hasta que reviente.
Tras el registro policial a su mansión/sala de fiestas/campo de golf de hace unos días, los comentaristas se han dedicado a debatir teorías sobre por qué lo hizo, por qué robó esos documentos secretos, sobre cuál era su razonamiento y estrategia legal. Ayer Rolling Stone publicaba un artículo con la única explicación posible y consistente con toda la carrera de Trump: el buen hombre está convencido que los documentos son suyos, así que se los llevó a casa y punto. Ahora anda convencido que el gobierno federal le ha robado lo que le pertenece.
Lo curioso es que, como comentaba Orin Kerr en Twitter, esto sigue rompiendo los cerebros de los periodistas, que no son capaces de cubrir a alguien haciendo burradas al azar de forma razonable. Por ejemplo, Trump presentó una moción hace unos días pidiendo al juez del caso algo sobre los documentos. El documento de 31 páginas es un galimatías incoherente que ha sido escrito por el mismo Trump (el estilo es inconfundible) y que ha sido objeto de mofas por toda la comunidad jurídica, casi sin excepción. No se sabe ni qué pide, ni bajo qué supuestos legales, ni qué estándares de revisión demandan, ni por qué debe ser resuelto ahora; ni siquiera parece claro que lo hayan enviado a la instancia correcta.
El Washington Post lo ha cubierto con este titular:
Han pasado siete años desde que este señor se metió en la campaña presidencial, y siguen descubriendo sus acciones como si hubiese alguna estrategia o racionalidad detrás de ellas. Trump envió a los tribunales algo que es más parecido a un hilo de Twitter enfurecido (de verdad, leedlo), pero la noticia le da la deferencia de fingir que es algo medio serio.
Trump es, simplemente, tan idiota como parece. No hay nada más.
Un poco de dinero en política
Hay un señor en Chicago, llamado Barre Seid, que tiene un negocio de aparatos eléctricos llamado Tripp-Lite. Seid tiene noventa años, y es una persona muy, muy privada; tanto que sólo hay un par de fotos conocidas de él, y una data de 1946, cuando tenía catorce años. Es también alguien muy conservador e interesado en la política.
Hace un par de años, Seid decidió donar todas las acciones de su compañía a una entidad llamada Marble Freedom Trust, una organización sin ánimo de lucro dirigida por Leonard Leo. Esta entidad es una 501c4, la categoría legal que regula las ONGs que se dedican a la política. Las PAC (Political Action Committees), estos grupos semi- anónimos que se gastan millones de dólares en publicidad para aprobar leyes y candidatos, son 501c4; es básicamente el vertedero legal donde todos los millonarios ponen sus recursos cuando se meten en política.
Leonard Leo, el director de Marble Freedom Trust, es uno de los líderes de la Federalist Society, ese grupo de activistas conservadores del que he hablado alguna vez dedicado a llenar la judicatura de reaccionarios antiabortistas furibundos. El final del derecho constitucional al aborto en Estados Unidos es obra de Leo. Casi todas las teorías legales enloquecidas del movimiento conservador americano han sido canalizadas a través de su organización. Se le ha descrito como una de las personas más poderosas del país que no conoce nadie, y no van faltos de razón.
Marble Freedom Trust vendió Tripp-Lite a poco de recibir el 100% de acciones de la empresa a un conglomerado empresarial afincado en Irlanda. El precio de la venta fue de 1.650 millones de dólares. Es decir, Barre Seid, un tipo al que nadie conoce de nada, le ha dado 1.650 millones de dólares a un activista conservador para para que los invierta alegremente en política, así, por las buenas. Y todo es perfectamente legal.
Leonard Leo, por supuesto, dice que esto es estupendo, y que permitirá a los conservadores responder a mega- donantes demócratas como George Soros. Marble tiene, sin embargo, más dinero que todo el gasto en campañas electorales del partido demócrata y republicano sumados el 2020.
¿Parece mucho, verdad? Es menos de lo que parece. El total de dinero gastado el 2020 por los treinta grupos de dark money (es decir, estas PAC opacas) de ambos bandos fue 2.400 millones de dólares. Marble en solitario es enorme, pero en el colosal, inmenso, abrumador océano de dinero que mueve la política en Estados Unidos sospecho que no tardará en ser un coloso más entre otras fortunas inabarcables que son lanzadas en campañas electorales.
Sí, todo este dinero compra influencia, sin duda, y permite poner temas en la agenda y organizar movimientos sociales, campañas y demás. Pero llega un momento en que estás hablando de gastos casi absurdos, especialmente en campañas a nivel nacional, donde todos los candidatos tienen tanto dinero como para no saber qué hacer con él.
La política estatal y local es, por supuesto, otra cosa. Pero de eso hablaremos otro día.
Un puñado de votos
La ley electoral de Connecticut, como he comentado alguna vez, permite voto fusionado, es decir, que alguien se presente a las elecciones como candidato de más de un partido político. El gobernador Ned Lamont, por ejemplo, aparecerá en las papeletas en noviembre en dos líneas distintas, la del partido demócrata y la de Working Families Party (donde trabajo), y su total de votos vendrá de la suma de los que obtenga bajo ambos partidos.
Es un sistema bonito y sencillo que permite a los votantes decir que quieren que sea un poco más de izquierdas si marcan la casilla de WFP, por un lado, y que permite que terceros partidos puedan hacer campaña y participar en las elecciones sin riesgo de reventarle las elecciones a nadie. Es también además un sistema que puede meter a un candidato de un partido grande en problemas precisamente si no consigue apaciguar a un aliado lo suficiente. Esto es lo que le pasó ayer a Bob Stefanowski, el candidato republicano a gobernador aquí en Connecticut.
El equivalente conservador a Working Families es el Independent Party, aunque situado a la izquierda del GOP, representando votantes más moderados hartos con la deriva ultra de los republicanos. Stefanowski llevaba meses irritando a los indepes asumiendo de que le iban a dar la nominación así por las buenas. Ayer por la noche, el comité estatal del independent votó sobre si apoyaban al candidato del GOP o presentaban un candidato a gobernador propio. El resultado fue 79-79, con el presidente del partido rompiendo el empate en contra de Stefanowski.
En las elecciones a gobernador del 2018, Ned Lamont se impuso a Stefanowski por apenas 44.000 votos. El candidato republicano recibió más de 25.000 en la línea del Independent, así que perder el cross-endorsement le va a poner las elecciones bastante cuesta arriba.
Os preguntaréis si el votante medio en Connecticut sabe quiénes son estos de Working Families Party y el Independent Party cuando acuden a las urnas. Mi respuesta es… depende. El voto a WFP ha sido el margen que ha dado victorias a bastantes candidatos (Malloy como gobernador el 2014, sin ir más lejos), y es un sello que moviliza a voto de izquierdas. El independent ayuda también a su manera, por un lado, con votantes despistados (“pues yo votaré al candidato independiente, mira”) por otro señalando que un republicano no está loco.
En Connecticut, las elecciones a gobernador suelen ser cosas bastante ajustadas, así que es muy, muy posibles que Stefanowski se arrepienta de haber irritado a los ochenta de activistas moderados que desconfiaban de él. La política son los detalles.