Un mensaje familiar
Además - elecciones que nadie quiere, Jerry Springer, y otro banco se va a pique
Un mensaje demócrata tradicional
Joe Biden anunció la semana pasada que se va a presentar a la reelección. No que fuera una sorpresa para nadie; a estas alturas todo el mundo se esperaba que iba a dar este paso. Será, como todo el mundo se ha hartado de recordar estos días, el candidato a la presidencia más anciano de la historia. De ganar, saldría de la Casa Blanca a los 86 años.
Hablaremos sobre detalles específicos de las elecciones, encuestas, favoritos y demás detalles más adelante. Biden ha tenido un primer mandato mucho más productivo de lo que muchos se esperaban (servidor incluido), pero la enorme polarización del país hace que su aprobación en el electorado sea relativamente baja y que las elecciones sean competitivas. Como he comentado mil veces, el colegio electoral favorece a los republicanos hasta el punto de que un candidato demócrata debe ganar por más de tres puntos para asegurarse la victoria1. Los republicanos pueden presentar a un candidato catastrófico (cosa que han hecho las dos últimas elecciones) y ganar igualmente.
Hoy quiero hablar sobre el mensaje de Biden, porque es algo que ha sorprendido a muchos observadores. Si estáis leyendo este boletín, sin embargo, es algo que os sonará familiar.
Este es el video donde anuncia que se presenta a la reelección:
La primera palabra que pronuncia Joe Biden, dirigiéndose directamente a la cámara, es “freedom”. El eje del video entero es libertad, la defensa de derechos fundamentales. La pregunta básica que hace Biden es si queremos un país con más o menos libertades, donde todo el mundo tiene la oportunidad de prosperara, amar, y ser quien quiere ser.
Este es el primer anuncio televisivo de la campaña:
El mensaje básico es el mismo: Freedom. La bandera de Estados Unidos representa la libertad, y Joe Biden es el candidato que lucha contra aquellos que quieren prohibir libros, imponer sus ideas religiosas, hacer que vivamos con miedo, y recortar la sanidad y las pensiones a los más vulnerables.
No lo dice en voz alta directamente, pero creo que el paralelismo no es en absoluto accidental:
Llevo una buena temporada escribiendo y lamentándome sobre cómo la izquierda, tanto en Estados Unidos como en España, ha cedido la palabra “libertad” a la derecha. Este boletín se llama Four Freedoms específicamente por este motivo. Todos los sondeos en Estados Unidos, todos, señalan que una inmensa mayoría de americanos creen que la libertad es el valor que define qué es este país.
Tras las elecciones del 2020, un grupito de analistas demócratas2 empezaron a defender la idea de que un mensaje ganador para el partido en la era Trump era hablar sobre libertad, haciendo este valor fundamental el eje de contraste y de programa durante la campaña. Con el GOP deslizándose hacia un populismo autoritario y reaccionario, la oleada de leyes prohibiendo el aborto, la psicosis anti-trans y sus cada vez más explícitas tendencias anti-democráticas, aparte de haber dado un golpe de estado, es un argumento no sólo obvio, sino necesario.
No voy a decir que me están dando la razón (porque vamos, no me lee nadie), pero por fin esta pila de patanes han entendido de dónde narices viene su propio partido. No creo que vayan a utilizar explícitamente las four freedoms de FDR, pero parece claro que la libertad va a ser uno de los ejes principales de la campaña.
Unas elecciones que nadie quiere
La paradoja de la candidatura de Biden, por supuesto, es que nadie realmente quiere que sea candidato. La mitad del partido demócrata preferiría que no se presentara a la reelección; sólo un 26% del electorado cree que debería ser candidato de nuevo. El recuerdo de Jimmy Carter en 1980, sin embargo, y que no haya nadie relevante en el partido que quiera provocar una guerra civil en las primarias, ha hecho que no exista ninguna alternativa viable. Biden no es amado por su partido, pero nadie cree que el equilibrio de fuerzas que le llevó a la nominación el 2020 haya cambiado3.
El oponente más probable de Biden el año que viene (en vista de la lamentable campaña de DeSantis) es Donald Trump, alguien que tiene la distinción de ser aún más impopular que el presidente. Sólo un 34% de votantes tienen una opinión positiva de Trump, una cifra que en un planeta normal sería catastrófica. Por desgracia para el GOP, resulta que ese tercio del electorado son las bases del partido.
Así que en noviembre vamos camino de unas elecciones entre un candidato que su propio partido cree que debería jubilarse contra otro que dos tercios del electorado creen que es un chiflado radioactivo.
La democracia americana siempre genera dilemas estupendos.
El alcalde de Cincinnati
La semana pasada murió un político al que le tengo mucho cariño, ya que fue el principal responsable, durante su época como alcalde de Cincinnati, de salvar de la demolición una de las estaciones de tren más bonitas de Estados Unidos, la Cincinnati Union Terminal:
Y sí, este es un edificio que existe de verdad, era la estación principal de la ciudad, tuvo la mala suerte de entrar en servicio en 1933 y es tan bonita por fuera como por dentro. Ahora alberga varios museos.
El señor que la salvó, sin embargo, es famoso no tanto por su activismo para salvar la estación, sino por su segunda carrera después de abandonar la política como presentador de televisión. Jerry Springer poco menos que inventó la telebasura con su fabuloso, cafre y enloquecido programa de entrevistas de “gente común” berreando y atizándose mientras aireaban sus trapos sucios ante la mirada atónita de todo el país.
El tipo tuvo una vida extraordinaria, ciertamente. Abogado de profesión, se metió en política a principios de los setenta, pero tuvo que dimitir cuando no sólo le pillaron con prostitutas, sino que el tipo además las había pagado con un cheque. Aun con este escándalo, se las arregló para recuperar el cargo poco después y ser elegido alcalde en 1977. Tras intentar presentarse a gobernador, se metió a periodista, también con cierto éxito.
Pero Springer era un hombre inquieto, y en 1991 empezó ese programa por el que todos lo conocemos. A los pocos años era una sensación nacional que permaneció en antena (sindicado) durante tres décadas. La influencia de su engendro ha sido inmensa, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo (el NYT tiene un buen artículo sobre ello). Springer, que era un tipo extraordinariamente inteligente, acabó por sentirse culpable por su creación, hasta el punto de pedir perdón el año pasado por su programa.
Otra quiebra bancaria
First Republic Bank, otro de esos bancos regionales americanos con una clientela de gente adinerada y empresas, va camino de la quiebra. Durante todo el fin de semana, la FDIC, Reserva Federal y el resto de reguladores han estado intentando liquidarlo de manera ordenada, a ser posible vendiendo sus activos a un banco más grande en una subasta. Cuando escribo estas líneas, parece que está entre JPMorgan y PNC, y que la idea es hacerlo público antes de que abran los mercados.
Lo interesante de First Republic es que es un banco muy parecido a Silicon Valley Bank, la entidad que se fue a pique en marzo. Su modelo de negocio es relativamente pocos clientes con mucho dinero, ofreciendo un trato personalizado, cuentas que daban pocos intereses e hipotecas y préstamos muy favorables.
El pequeño problema para esta clase de entidades es que su clientela tiene tanto dinero que sus depósitos no están asegurados, así que si el banco se hunde pueden perder dinero. Así que muchos de ellos empezaron a sacar sus ahorros del banco por si acaso, creando una espiral imposible.
Mi sensación es que es poco probable de que veamos la cosa ir a mayores, porque First Republic, como SVR, era un banco un tanto especial. Veremos qué sucede mañana.
Biden le sacó tres puntos y medio a Trump y más de siete millones de votos, y aún así hubiera bastado menos de 100.000 votos cambiando de sentido en un puñado de estados clave para Trump fuera reelegido. Clinton, recuerdo, ganó por 2,1 puntos el voto popular el 2016.
Que trabajan con WFP, aunque no formé parte de esa la iniciativa directamente.
Vale, está Marianne Williamson, que es una flipada New Age, y Robert F. Kennedy Jr., que es un demente conspiranoico antivacunas e hijo de Bobby Kennedy. A todo esto, si jugáis a seis grados de JFK, conozco a Ted Kennedy Jr., el hijo del senador Ted Kennedy, ya que fue senador estatal en Connecticut.