La dimisión de John Allen, presidente de la Brookings Institution desde el 2017, no ha recibido la atención que se merece.
Empecemos por Brookings, una de las instituciones más respetadas y conocidas en el mundillo de los think tank en Washington. Fundado en 1916 bajo el nombre de Institute for Goverment Research por un tal Robert S. Brookings (un millonario que hizo su fortuna vendiendo objetos de madera), Brookings quería hacer eso tan americano de mejorar el país a base de ciencia, donando dinero a su universidad favorita y creando un garito lleno de expertos diciéndole al mundo que lo estáis haciendo todo mal.
¿Qué es un think tank?
El papel de Brookings, y del resto del ecosistema de think tanks en Estados Unidos, es informar el debate público ofreciendo ideas, propuestas y medidas para intentar solucionar un problema concreto. No son, en el sentido estricto, instituciones académicas (no ofrecen titulaciones ni clases), y lo estándares de publicación, aunque muy elevados en las instituciones más prestigiosas, no acostumbran a incluir revisión por pares o la necesidad de avanzar el conocimiento en una disciplina concreta. Un experto en Pew, Brookings, Carnagie, Cato o un garito similar hablará sobre la existencia de un problema concreto y por qué es urgente solucionarlo, ofreciendo, en lo posible, una serie de medidas específicas para hacerlo.
Como todo en este bendito país, hay clases, y tenemos una variedad de modelos y presupuestos de think tank. En el vértice de la pirámide están sitios como Brookings, con un presupuesto de más de noventa millones de dólares anuales, legiones de expertos, muchos, muchísimos contactos en el Capitolio y sueldos espléndidos. En el otro extremo te encontrarás pequeños think tank estatales con dos o tres empleados dedicados a un tema específico (desde alimentación infantil a ríos y lagos) y mano de obra poco menos que voluntaria. También hay organizaciones especializadas, como CBPP, que sólo analizan presupuestos, con menos dinero, pero bastante prestigio. Finalmente hay otras organizaciones “intermedias” que actúan como coordinadores de redes nacionales, asesorando, financiando y agregando decenas de grupos estatales sobre un tema concreto para influir en política estatal y nacional a la vez.
John Allen tiene amigos
Siendo como es una organización rica, bien financiada y prestigiosa, Brookings forma parte del circuito de puertas giratorias entre lo público y lo privado en Estados Unidos. John Allen, por ejemplo, era un general de cuatro estrellas en los marines, con una carrera larga y distinguida que incluye ser uno de los múltiples comandantes de las fuerzas aliadas en Afganistán incapaces de ganar la guerra. Tras retirarse con honores el 2013, Allen entró en Brookings como experto en temas de seguridad, volviendo ocasionalmente a la Casa Blanca para coordinar la guerra contra ISIS. Incluso llego a sonar como vicepresidenciable de Hillary Clinton el 2016, pero se tuvo que conformar con dar un discurso en la convención demócrata.
Fue poco después de este flirteo con la política cuando Allen metió en asuntos un tanto turbios. Allá por el 2017, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y varios estados de la zona formaron una coalición para bloquear a sus vecinos de Catar. Frustrados por la inacción por parte de la administración, los cataríes contrataron discretamente a un par de lobistas en Washington (incluyendo un ex-embajador) para que se pusieran en contacto con Allen y le ofrecieran una suma considerable de dinero ($20.000, más una promesa de pagos adicionales posteriores) para que ejerciera de lobista en favor de Catar. En un evento en Brookings sobre la región, Allen se reunió con H.R. McMaster, antiguo colega en el Pentágono y asesor de seguridad de Trump, para intentar convencerle que ayudará a sus clientes.
En Estados Unidos no es ilegal ejercer de lobista para terceros países; es más, hay una industria la mar de lucrativa de abogados y empresas que se dedican al tema. Lo que sí es muy, muy, muy ilegal, sin embargo, es cobrar por ello sin registrarse antes, ni dejar bien claro en todas tus interacciones que estás trabajando a sueldo de una potencia extranjera. Cuando el FBI hizo pública su investigación, el consejo de dirección de Brookings no tardó en pedirle explicaciones, y Allen se vio forzado a dimitir poco después.
Influencia exterior
Que muchos, muchos, muchos think tanks flirtean a menudo con financiación de procedencia dudosa es algo ampliamente conocido y a la vez total y completamente ignorado en los círculos de poder de Washington. La mayoría de think tanks son legalmente 501(c)(3), es decir, organizaciones sin ánimo de lucro con fines educativos que no tienen la obligación de hacer públicas sus donaciones. Aunque las ONG bajo esta categoría sólo pueden destinar una cantidad limitada de su presupuesto a lobbying (un diez por ciento), la altísima visibilidad, contactos y acceso a gente con poder que tiene Brookings es más que suficiente para influir en decisiones políticas.
Dentro del mundillo de los think tanks de seguridad nacional, además, la puerta giratoria es especialmente lucrativa para ex- generales de cierto renombre. Muchos tienen una segunda carrera como lobistas de la muy honorable industria armamentística de Estados Unidos (Lockheed Martin siempre tiene algún general en el consejo de administración), pero los más aventureros se van a asesorar a gobiernos más o menos aliados de Washington o a seguir impartiendo cátedra en sitios como Brookings. Allen forma parte del pequeño club de eminencias demasiado avariciosas o demasiado estúpidas para cobrar bajo cuerda y que le pillen, pero estoy seguro de que no es el único.
La existencia de todo este enorme sector de generación de opinión e influencia en Washington no ha pasado desapercibida en otros países. Hace unos años Paul Massaro y Amelie Rausing, dos expertos del CSCE, escribieron un artículo sobre cómo Rusia había convertido la corrupción en un arma de política exterior, utilizando agujeros legales, libertades públicas y banqueros cínicos en occidente para comprar influencia en medio mundo. Los rusos han sido especialmente activos en Londongrado y “apoyando” partidos populistas por Europa allá donde les conviene, además de sobornando o contratando ex- altos cargos allá donde pueden. En Washington, donde el viejo enemigo sigue siendo visto con reticencia, el papel de los rusos lo ocupan sobre todo los sátrapas de Oriente Medio, con Turquía y China como invitados especiales ocasionales.
Por desgraciar, definir la escala real del problema es casi imposible. A la conocida opacidad de los think tanks en Washington se le suma el hecho de que muchas de las prácticas utilizadas por terceros estados son completamente legales y se hacen a plena luz del día. No hay nada ilícito en un ex- diplomático americano trabajando como consultor para una empresa pública saudí y organizando saraos en Washington sobre lo bonita que es Riad en el mes de julio, por mucho que toda esa operación sea un obvio intento por parte de los saudíes de dar canapés a los amigotes de este diplomático que siguen en Foggy Bottom. No será ético, pero es legal.
Tenemos el problema añadido de que esencialmente todo el mundo está metido en el ajo, directa o indirectamente. Los think tanks pagan bien, hacen que la gente se sienta importante. Nadie en el mundillo realmente quiere saber de dónde sale el dinero, oye; sólo sabe que tienen que escribir informes sobre piscifactorías en Marruecos y montar muchos actos con el embajador y diplomáticos del ramo.
La cosa es tan o más escandalosa, por supuesto, en temas de política doméstica (“los beneficios de beber café - agradecemos a Starbucks su financiación para este evento”) pero ahí al menos estamos hablando de propaganda y mamoneo dentro del país, no vender los ejércitos de Estados Unidos al mejor postor.
No estaría de más que el congreso echara un buen vistazo a estas cosas y aprobara leyes para al menos hacer que los think tank expliquen de dónde viene su dinero. Dudo, sin embargo, que eso suceda.
Pausa para la publicidad
Tras varios meses muy intensos y un montón de boletines sobre golpes de estado, armas de fuego, nuevos populismos, aborto, guerras nucleares y muertes por desesperación, es hora de tomarme unas vacaciones. Vamos a pasar una semana larga en Vermont, nuestro retiro estival de cada año, durmiendo mucho y disfrutando del extraño placer de estar en un sitio tranquilo sin cobertura de móvil de ninguna clase.
Como de costumbre, voy a poner las suscripciones en suspenso hasta que vuelva. Estaremos por aquí a finales de la próxima semana, si todo va bien. No rompáis nada.
Bolas extra
Estrategias para reventar a tu sindicato en Estados Unidos, edición woke.
Biden se plantea levantar los aranceles contra China para controlar la inflación. Es buena idea.
Houston consiguió reducir el número de sintecho en la ciudad en un 63% en apenas una década. La estrategia: darles una vivienda. Porque el problema de los sintecho es, por encima de todo, que no tienen casa.
Señores que trabajaban para Trump que ahora dicen que Trump era un patán enloquecido.