Hoy quiero hablar un poco más concreto y tangible sobre cómo se elaboran las políticas públicas en Estados Unidos, derivado en parte de mi trabajo como lobista/agitador político. Hay toda una serie de teorías y comentarios sobre cómo la financiación de campañas, donaciones y grupos de presión influyen sobre las decisiones de los legisladores en democracia que siempre me han parecido un poco burdas, y merecen discusión.
Primary Colors (VII): Iowa
Antes de entrar en materia, sin embargo, creo que vale la pena una nota rápida sobre los resultados de los caucus de Iowa, aunque sea para recalcar lo que todo el mundo sabía y esperaba. Trump se impuso por el margen abrumador que indicaban todos los sondeos, y sigue siendo el gran favorito para conseguir la nominación.
Por debajo de este titular la verdad es que no hay gran cosa. La única “sorpresa” (muy, muy relativa) fue que Ron DeSantis quedó por delante de Nikki Haley, así que el gobernador de Florida se quedó en un ridículo espantoso en vez de precipitarse hasta un ridículo espantoso y humillante. Llevábamos varias semanas en las que la narrativa sobre el ascenso de Haley dominaba la escasa cobertura sobre las primarias. Siempre me pareció un caso de comentaristas variados deseando muy, muy, muy fuerte de que sacara un buen resultado para darle vidilla a estas elecciones, y las repetidas metidas de pata de la candidata las dos últimas semanas no hicieron más que reforzar esta impresión1.
La pifia de Haley, no obstante, es menos importante de lo que parece. Su “plan”, por llamarlo de algún modo, era quedar segunda en Iowa para eliminar a DeSantis, dar la sorpresa en New Hampshire, (magia negra chunga inexplicable), y derrotar a Trump el Supermartes.
De todos estos eventos y prodigios, sin embargo, Iowa era el menos importante, ya que Ron DeSantis no puede competir en New Hampshire porque se ha quedado sin dinero. El que era el gran recaudador de este ciclo, el hombre de la superPAC de cien millones de dólares y gran alternativa Trump malgastó sus fondos durante la campaña2. Eso le obliga a escoger entre el estado de Nueva Inglaterra y Carolina del Sur, donde se celebra la siguiente primaria. Dado que los republicanos en el noreste son mucho más moderados, la primaria allí permite que voten independientes y DeSantis ha hecho campaña como un ultra reaccionario, ha decidido dejarlo de lado.
Eso, como os podéis imaginar, es una señal atroz para Ron; su campaña está muerta o muy cerca de ello. Por desgracia, no es una gran noticia para Haley, que incluso ganando en New Hampshire se toparía con el problema de que es poco probable que eso le de suficiente empuje y energía para ganar en Carolina del Sur. A pesar de ser su estado natal, es un lugar muy conservador y tiene pocos votantes con educación superior, que es lo que necesita para ganar. El gobernador actual del estado ha anunciado su apoyo a Trump.
Así que, por ahora, el escenario más probable es que gane Trump las primarias, seguido del meteorito kármico del espacio exterior, con Haley saliendo victoriosa por las buenas en tercer lugar.
Legisladores e influencias
El sistema de financiación de campañas en Estados Unidos es un galimatías casi incomprensible. Escribí una explicación más o menos detallada (dentro de lo que cabe; la legislación es complicadísima) hace un par de años, y en el libro (que ya podéis encargar) doy una explicación más completa, hablando también de sus orígenes históricos.
Las dos conclusiones principales, sin embargo, son muy sencillas. Primero, la política mueve en este país cantidades obscenas de dinero, y segundo, la inmensa mayoría de los fondos utilizados provienen de donaciones privadas.
La duda, o la sospecha, es si estas montañas de dinero (9.300 millones de dólares en las legislativas del 2022) sirve para algo más que pagar publicidad y gente pegando carteles. Esto es, si los donantes “compran” también influencia.
Aquí la respuesta parece obvia (“claro que influyen”) pero, tras trabajar por aquí varios años, tengo ciertas dudas sobre el mecanismo exacto de esa influencia y sobre si la política americana cambiaría demasiado en su ausencia. Porque resulta que, como he comentado alguna vez, Connecticut es uno de los pocos estados que tiene un sistema de financiación pública de campañas del país, y uno de los mejor financiados.
Pagando campañas con dinero público
Un representante estatal en unas elecciones competitivas puede recibir hasta $33.175 para su campaña, una cifra más que suficiente cuando el distrito medio no llega a los 24.000 habitantes. Un senador, mientras tanto, tiene un distrito de algo menos de 100.000 personas y $112.795 de subvención. Ambos también pueden recibir subvenciones comparables si se enfrentan a unas primarias competitivas3.
Los candidatos que usan el dinero público se comprometen a unos límites de gasto bastante estricto, para evitar que entre dinero privado. A pesar de que hay legisladores bastante acaudalados, la práctica totalidad de la Asamblea recurre al sistema público, porque el dinero ofrecido es más que suficiente para montar una campaña4.
Bajo este sistema de financiación, los legisladores del estado apenas tienen que dedicar tiempo a recaudar dinero. Tan solo necesitan conseguir una cifra muy modesta de donaciones privadas (150 individuos para representantes, 300 para senadores) con límites muy estrictos para acceder a la subvención. Una campaña más o menos bien organizada puede hacerlo en dos o tres semanas de trabajo. Ningún donante puede dar más de $290, así que un candidato nunca depende de nadie realmente. Si buscamos el modelo idílico de liberar a los legisladores de los malvados grupos de presión es este.
Cuando llega el periodo de sesiones, sin embargo, las cosas cambian.
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