La primaria incomprensible
Nueva York escoge un nuevo alcalde. Nadie parece aclararse demasiado.
El 22 de junio la ciudad de Nueva York escogerá (casi seguro) a su próximo alcalde.
Que la ciudad más grande y rica de Estados Unidos, con un PIB mayor que el de Suiza o Arabia Saudí (la ciudad en solitario sería la 17º economía del mundo) celebre elecciones un martes perdido de verano parece un poco absurdo, pero bueno, el gobierno de Nueva York es un poco absurdo. Para empezar, las elecciones no son de aquí a tres semanas. Lo que tendremos el 22 de junio son las primarias demócratas, y en un régimen de partido único como es la ciudad de Nueva York, el candidato que salga elegido de ellas será, de facto, la persona que ganará las generales el dos de noviembre. Los republicanos solían ganar la alcaldía de vez en cuando, en esos días con crimen a espuertas cuando Rudy Giuliani no era un chiflado insensato, sino un moderado un tanto oportunista. Pero eso es cosa del pasado.
Segundo, vale la pena decir que, aunque se vota el 22 de junio, es improbable que sepamos quien ha ganado ese día. Porque Nueva York está celebrando unas elecciones complicadas.
Los candidatos
Este es el primer problema. Hay muchos candidatos, y casi todos son francamente desconocidos incluso si eres un friki galopante de la política que lee el New York Times con devoción cada día. En la papeleta habrá trece nombres, una cifra un tanto alocada, pero por fortuna “sólo” ocho de ellos son medio viables. En orden alfabético, porque no se me ocurre mejor forma de ponerlos:
Eric Adams, presidente del borough de Brooklyn.
Shaun Donovan, ex- director de la oficina de presupuestos bajo Obama y ex- secretario federal de vivienda.
Kathryn Garcia, ex- comisionada del departamento de limpieza de la ciudad de Nueva York.
Raymond McGuire, un ex- ejecutivo de Citigroup que pasaba por ahí.
Dianne Morales, ex- presidenta de una ONG (Phipps Neighborhoods) y maestra.
Scott Stringer, ex- inspector de cuentas (comptroller) de la ciudad de Nueva York.
Maya Wiley, profesora de universidad, abogada de derechos civiles.
Andrew Yang, famoso, ex- candidato a presidente, y fundador de ONG variadas.
Políticamente es difícil definir quién es quién, porque el debate político en la ciudad de Nueva York es increíblemente confuso. Para empezar, la ciudad tiene una cantidad demencial de cargos electos, muchos de ellos casi completamente invisibles para el electorado y con competencias entre oscuras y completamente desconocidas. Eric Adams es presidente del borough de Brooklyn, pero dudo que más de un 5% del electorado tenga puñetera idea sobre qué competencias tiene.
Esto ha hecho que Andrew Yang, que a pesar de llevar veinte años viviendo en Nueva York nunca le había prestado atención a la política municipal hasta ahora, empezara muy bien en los sondeos. No es que fuera especialmente bueno, o tuviera grandes ideas, o nada por el estilo; simplemente era el nombre más reconocible, y el que más atención recibía por parte de los medios.
Podemos, sin embargo, establecer al menos tres “categorías” de candidatos.
Por un lado, tenemos a la izquierda, definidos en parte por WFP: Stringer, Morales y Wiley. Stringer, siendo como es el único de los candidatos que ocupa un cargo escogido en unas elecciones a nivel de toda la ciudad, es relativamente conocido, y tiene una reputación de ser progresista en lo económico y poco amigo de Wall Street. Morales es una líder comunitaria que ha atraído mucho apoyo joven. Wiley fue asesora de De Blasio, pero es sobre todo conocida por su trabajo oponiéndose a abusos policiales.
Por otro lado, tenemos a los “moderados”, aunque esto en la ciudad de Nueva York es bastante relativo. Andrew Yang cae aquí en parte porque habla como un flipado de Silicon Valley, en parte porque no tiene historial alguno de gobernar nada, aunque muchas de sus ideas son decentes y progresistas. Adams sí que es moderado; ex- capitán del NYPD, ex- legislador estatal centrista, ha hecho una campaña mucho más dedicada a hablar de ley y orden que de cualquier otro tema.
Finalmente tenemos a los “tecnócratas”, que es un poco un cajón de sastre. Shaun Donovan tiene mucha experiencia en gestión y McGuire es banquero que dice saber de números.
La candidata más interesante en este grupo es Garcia, por dos motivos. Primero, el departamento de limpieza de Nueva York es tremendamente importante; como jefa de la agencia que recoge la basura, gestiona las quitanieves, y limpia las calles, Garcia era alguien muy visible en la administración, especialmente cuando caía una buena nevada. Aunque Nueva York es una ciudad tremendamente sucia que hace que Madrid parezca Ginebra, Garcia ha mejorado mucho la gestión del departamento; incluso ha tenido la innovadora idea / temeridad de proponer el uso de contenedores de basura, una tecnología única que aún no ha sido descubierta en la ciudad Nueva York (no, esto no es broma).
De forma más sorprendente, el New York Times, que es un periódico que tiene cierto peso en la ciudad, le ha dado su endorsement (pedido el voto por ella) formalmente, y esto tiene bastante peso en unas elecciones donde nadie conoce a nadie.
Y se ha notado; Garcia ha pasado de ser un error de redondeo a alguien a tener en cuenta en los sondeos.
La campaña
Lo más divertido de estas elecciones ha sido la combinación de una campaña a la que nadie le presta demasiada atención (¿unas primarias en junio?) y una serie de errores espantosos y escándalos ridículos de multitud de candidatos. Nadie ha llegado a los excelsos niveles de Anthony Weiner, pero ha habido algunos divertidos. A Scott Stringer le ha caído un escándalo sexual que llevó a muchos grupos (incluyendo WFP) a retirarle su apoyo. Los empleados de la campaña de Dianne Morales intentaron formar un sindicato para quejarse de las pésimas condiciones laborales que acabaron con dimisiones y una huelga (WFP ha tenido suerte con sus apoyos este ciclo, ¿eh?). Varios candidatos demostraron no tener ni puñetera idea de los precios de la vivienda en una ciudad donde los alquileres son la principal preocupación de un 90% de sus habitantes.
El problema añadido para todos los candidatos es que hacer campaña en Nueva York es espantosamente caro. Hablé aquí de DMAs y publicidad en Estados Unidos; anunciarse en el área metropolitana de NYC es imposiblemente caro. Aunque la ciudad tiene un ecosistema mediático colosal y los periodistas americanos tienen el mismo sesgo de “llueve en Madrid” que en España, es muy difícil que la prensa y TV locales te presten atención, y más cuando el Times está muy metido en su papel de periódico de referencia nacional y el NY Post vive para trollear a los demócratas.
Sobre los temas de campaña, es difícil decir exactamente de qué se ha hablado. Muchos candidatos tienen propuestas más que decentes para combatir la pobreza, reducir el crimen o mejorar los servicios públicos. La ciudad es tan rica y tiene tanta autonomía que desde el ayuntamiento se pueden hacer muchas cosas. El problema, sin embargo, es que siempre se acaba hablando del metro, que es competencia estatal, y no se habla suficiente de vivienda, porque es un tema completamente radioactivo que solivianta a los activistas como nadie (y donde están completamente equivocados).
Es un poco desesperante que en unas elecciones el tema más importante para mejorar la ciudad no sea debatido de forma racional, pero así estamos. Al menos se está hablando de crimen, que es un problema urgente estos días.
La ley electoral
Finalmente, tenemos la ley electoral, porque por supuesto, también eso tenía que ser complicado. Por primera vez en la historia, NYC empleará un sistema de voto transferible en sus elecciones, parecido a la ley electoral que utilizan en Irlanda.
Los votantes en su papeleta no escogerán un candidato, sino que podrán dar una lista de cinco, en orden de preferencia. En el recuento, primero se sumarán los votos de los candidatos en primera preferencia, y se eliminará al candidato menos votado. Sus votos pasarán a otros candidatos según quién conste en cada papeleta como segunda preferencia, y se hará el recuento de nuevo, repitiendo este proceso tantas rondas como sea necesario (y mirando terceras, cuartas y quintas preferencias si el candidato en primera o segunda ha eliminado) hasta que alguien saque mayoría.
Sabéis, porque lo vimos en las presidenciales, que esto de contar votos a los americanos se les da mal, y en la ciudad de Nueva York se les da aún peor. Lo del voto transferible es algo que dificulta el recuento de forma considerable. Entre el voto por correo llegando tarde, la torpeza inherente de la burocracia electoral, y que el sistema es un galimatías en un día bueno, con suerte sabremos quién ha ganado las primarias antes de las generales de noviembre.
Los sondeos
Con esta ley electoral os podéis imaginar que hacer encuestas es complicado y… bueno, lo es, y mucho. Se han hecho pocas, y las que hay tienen una muestra digamos modesta (¿570 entrevistas?) en unas elecciones donde no sólo importa quién “gana” sino quien queda segundo, tercero, etcétera. El consenso, por decirlo de algún modo, es que Adams, Yang y Garcia van por delante, cada uno con un 11 a 21% de apoyo como primeras opciones (ya os digo, precisas), con Scott Stringer cuarto rozando el 10%.
Dicho en otras palabras: nadie tiene ni idea sobre quién va a ganar.
La complicación adicional es que se espera que la participación sea muy baja, porque son unas primarias en junio a las que casi nadie les está prestando atención. En las últimas elecciones comparables (2013, sin un alcalde presentándose a la reelección) la participación no llegó al 24% del electorado, con menos de 700.000 votos en una ciudad de ocho millones de habitantes. Nadie sabe quién va a votar.
Los únicos grupos que votan con entusiasmo son los empleados municipales. En una ciudad que tiene tantísimas competencias (y una administración pública a veces un poquito sobredimensionada, ya sabéis), este bloque de electores puede ser decisivo. Para que os hagáis una idea, el NYPD tiene 55.000 empleados; el apoyo del sindicato de policías importa lo suyo.
¿Y después?
En teoría, NYC tiene una especie de sistema semi- presidencial con un alcalde fuerte. En la práctica, como es típico en sistemas presidenciales, el alcalde tiene mucho menos poder de lo que aparenta, y la miríada de agencias independientes (y el siempre omnipresente gobernador del estado) a menudo se pasan el rato poniéndole palos en las ruedas. El nuevo alcalde de Nueva York deberá negociar, negociar y negociar para sacar cualquier cosa adelante, porque el gobierno municipal es un caos neofeudal con burocracias en rebelión continua y un departamento de policía que disfruta haciendo la vida imposible a sus jefes.
La ciudad es tan inmensamente rica que más o menos se gobierna sola en muchas cosas, pero en otras… ugh. Es un trabajo difícil.
Pero sobre gobiernos municipales en Estados Unidos hablaremos otro día, si os apetece.
Bolas extra
Trump parece estar convencido que será reinstaurado en su cargo en agosto. Es decir, o ha perdido la cabeza por completo, o está planeando un golpe de estado.
Otro ataque de ramsonware cargándose una cadena logística - en este caso, carne. Serán un problema cada vez mayor.
Los demócratas, que siempre tienen miedo a todo, han ganado una elección especial a un escaño vacante en el congreso por un margen mucho mayor que lo esperado.
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Realmente la política municipal es tan chanchullera cómo aparece en la ficción?
En la segunda bola extra, la de la carne, se te ha colado el link de Trump ;)