Donald Trump ha vuelto a ganar unas elecciones presidenciales. Alguien que es, literalmente, un criminal, un golpista, sentenciado por fraude, racista, mentiroso y que se ha pasado la campaña diciendo abiertamente que quiere ser un dictador. Un individuo que su propio jefe de gabinete ha dicho de él que es un fascista, secundado por el que fuera su jefe del estado mayor.
El mapa electoral, sin embargo, tiene este aspecto al día siguiente:
Los sondeos acabaron teniendo la misma clase de desviación que el 2016 y el 2020, subestimando el voto de Trump en unos 3-4 puntos. A diferencia de elecciones anteriores, cuando los errores fueron enormes en los estados bisagra, pero relativamente pequeños a nivel nacional, aquí el gatillazo ha sido bastante uniforme. Los encuestados siguen sin encontrar ese votante mitológico trumpiano que pasa de la política; ya van tres presidenciales.
¿Qué ha cambiado?
En esta ocasión, parece que estaban buscando en el lugar equivocado. Los condados que menos se han movido hacia Trump son aquellos predominantemente blancos (2,5 puntos); los que se han ido hacia los republicanos en masa son los lugares con más de un 25% de latinos:
No podemos decir, por supuesto, si quien ha cambiado su voto son los hispanos o votantes no hispanos que viven en esos condados. Los sondeos a pie de urna1 parecen sugerir que los hombres latinos se han decantado por Trump (55-43) casi en la misma proporción que los hombres blancos (60-37)2. Aunque esta clase de encuestas suelen ser muy imprecisas, especialmente al mirar categorías demográficas3, la magnitud del cambio es enorme.
Incluso si hubieran mantenido el voto latino en la misma proporción que el 2020, no obstante, es muy probable que los demócratas también hubieran perdido. Los hispanos han convertido una derrota ajustada a una paliza mucho más contundente.
¿Y por qué?
La duda, entonces, es por qué este cambio; qué ha hecho que un país con un 4% de paro, inflación baja, con salarios subiendo especialmente entre las clases trabajadoras, la bolsa disparada y liderando la transición tecnológica una y otra vez ha decidido echar a patadas al partido del gobierno y nombrar presidente a un patán insensato.
Durante la campaña nos hemos hartado de escuchar que a los votantes les preocupan dos temas por encima de todo, la economía y la inmigración. En los sondeos a pie de urna un 54% de votantes contestaba que su situación económica era igual o mejor que hace cuatro años. Cuando a los mismos votantes se les pregunta sobre la situación económica del país, un 68% creían que la situación económica del país era mala o muy mala, algo que es objetivamente falso se mire como se mire - pero los ha llevado a decantarse abrumadoramente hacia Trump.
En el mismo sondeo, el tema más importante para los encuestados era “estado de la democracia” (34%, votando abrumadoramente por Harris) seguido por economía (32%, casi todos votantes de Trump). Inmigración estaba cuarto, con un 11%. Una cifra considerable, pero no una que te gane elecciones.
Incomprensiblemente, entonces, parece que estamos ante un ejemplo de “it’s the economy, stupid”, con la extraña, marciana excepción de que la economía va excepcionalmente bien, pero la inmensa mayoría del electorado está absolutamente convencida de lo contrario. Es francamente digno de ver.
Mi sensación (y es sensación, sin datos objetivos detrás), es que a cuando a los votantes les preguntan sobre situación económica no están pensando en paro, inflación, salarios y demás, en cuestiones financieras, sino que tienen en mente su percepción sobre la sociedad en un sentido más amplio.
Desorden y caos
Si habéis visitado Estados Unidos en los últimos años, una de las cosas que ofrecen un contraste más marcado con Europa es la sensación de desorden, de dejadez, de calles, ciudades e industrias maltrechas, viejas, a quien nadie les presta atención. Hace unas semanas Ezra Klein entrevistaba a Charles Lein Lehman, un experto en criminología al que le gusta distinguir entre delitos y desorden. Lehman llama desorden a conductas anticívicas o molestas, desde drogarse en plena calle (un problema enorme en muchas ciudades del país) a la presencia de sin techo (idem), basura sin recoger (idem), vandalismo, grafiti, infracciones de tráfico. Su tesis es que la mayoría de los votantes, cuando piensan sobre seguridad ciudadana, se fijan en estos problemas mucho más que las estadísticas sobre robos a mano armada u homicidios. Eso explicaría, en gran medida, por qué las estadísticas de crimen en los últimos cuatro años han caído en picado en muchas ciudades, pero las percepciones sobre inseguridad no han mejorado.
Mi teoría (que, insisto, está por contrastar) es que la economía de los países desarrollados durante los últimos cinco años ha sufrido el equivalente a este “desorden”; un aumento súbito y brutal en su inestabilidad. Tuvimos una recesión brutal durante la pandemia, seguida por una recuperación increíblemente rápida gracias a un enorme estímulo fiscal. Ese dinero adicional, más los problemas en la cadena de suministro post-COVID, generaron un repunte fuertísimo de la inflación, seguido de meses de incertidumbre sobre si se evitaría otra recesión. Esto se vio acompañado de un enorme aumento de la inmigración (uno de los motivos del rápido crecimiento económico), y otra reconfiguración de la economía americana. La sensación de caos se ha visto acrecentada por el enorme aumento del coste de la vivienda. Aunque Estados Unidos va excepcionalmente bien, los votantes nunca han sido capaces de sentirse “seguros”. Trump con sus alegatos contra el libre comercio4, ofrece exactamente la clase de mensaje de estabilidad que los votantes querían escuchar.
Los demócratas, por el contrario, han sido incapaces de entender que en una campaña electoral tu mensaje no son las medidas que propones y los datos que ofreces, sino qué dicen esas medidas sobre quién eres como candidato.
El partido ha caído una y otra vez en la misma trampa en la que cayeron el 2016, cuando se obcecaron en hacer que la campaña girara sobre Trump, no sobre lo que ellos querían hacer. Aunque es cierto que los medios han ignorado repetidamente muchas de sus propuestas (a veces de forma lamentable), Harris nunca logró articular un mensaje para definirse a sí misma, porque la tentación de hablar del tarado oligofrénico de su oponente era demasiado intensa.
Escogiendo a un cretino
Queda por ver, no obstante, cómo incluso con este mensaje embarrullado y esta sensación de inseguridad o dudas sobre la economía, una mayoría de votantes americanos ha preferido votar a un chiflado que admira a Hitler antes que a una mujer negra que se explica mal al hablar sobre medidas políticas. Aquí, de nuevo, tengo dos teorías.
La primera, centrada en el voto latino, pero no limitado a este, es la irritante, infinita condescendencia de los demócratas hacia muchos de “sus” votantes.
Este es un partido al que le encanta hablar de “a quienes representan”, a menudo sin el más mínimo interés de enterarse quién demonios son. Escribiré otro día, con más calma, las repetidas pifias con el “voto latino”, y cómo ese mismo concepto ya basta para hacer que a muchos votantes latinos les dé ganas de irse corriendo, pero su tendencia a irritar al personal se extiende a otros grupos, especialmente a ese “hombre blanco sin estudios que nos odia” al que tratan como un alienígena.
Aunque la campaña de Harris se ha librado de muchos de los fardos más cargantes de lo woke (y el partido, en general, finalmente ha entendido que esos plastas no ayudan a nadie), los demócratas realmente han sido muy, muy pelmas durante mucho tiempo, y siguen tratando al electorado a veces como un puñado de tarados ingratos. Trump quizás insulta a quienes no le votan, pero al menos parece tomarse cualquier afrenta de forma personal, sin mirarte por encima del hombro.
El segundo factor es la paradoja del mentiroso; la necesidad de convencer a los votantes de que Trump es alguien que miente sin cesar, pero que a la vez cuando dice que va a ser un dictador fascista debes tomártelo en serio.
Mi intuición es que Trump se ha convertido en el equivalente político de un test de Rorschach para muchos votantes; una imagen difuminada, imprecisa e indescifrable en la que sólo ven lo que quieren ver. Cuando Trump habla de reindustrializar América y deportar criminales, ese es el Trump que me creo; cuando se pone a decir que hay que poner a Liz Cheney ante un pelotón de fusilamiento, está bromeando. Muchos votantes han acabado por descartar lo que no les gusta del tipo, en parte por identificación partidista, en parte por salud mental. Y dado que el partido republicano en bloque ha decidido pasar página e ignorar por completo el seis de enero y el intento de golpe de estado, incluso el asalto al congreso ha acabado por ser visto como un debate partidista.
Trump es tan radicalmente caótico como para que nadie pueda creerle - y a su vez su conducta, por mero hábito, ha acabado siendo normalizada, aceptada, o ignorada voluntariamente por millones de votantes.
Un experimento (con armas nucleares)
Lo que veremos el año que viene, una vez Trump vuelva a la Casa Blanca, será un experimento a gran escala sobre lo de la sabiduría de las multitudes, el wisdom of the crowds. Un porcentaje colosal del electorado americano cree, de una forma u otra, que Trump no va en serio, y no es quien dice ser. Ese grupo, sumado a un número indeterminado de votantes que ven fascismo y les gusta, le han llevado de nuevo a la presidencia. Veremos quién tiene razón.
Bolas extra
Hablaré del congreso más adelante, pero los demócratas han perdido el senado y seguramente no alcanzarán la mayoría en la cámara de representantes.
Los demócratas súbitamente van a ser muy, muy favorables al filibusterismo en el senado y aprobar todo con sesenta votos. Apuesto que los republicanos se cargarán esa regla más pronto que tarde.
Para otro día también dejo qué hará Trump cuando gobierne y cuándo puede hacerlo; como he dicho otras veces, un presidente realmente sólo “manda” unos 18 meses.
Las elecciones en Connecticut nos han ido excepcionalmente bien, por cierto. No sólo los demócratas han ganado escaños en el legislativo estatal, sino que el partido ha escogido a gente más progresista. Hablaremos de ello otro día.
No estrictamente - también incluyen entrevistas telefónicas
Como recordaréis, en el libro hablo con detalle sobre cómo los latinos se están “emblanqueciendo”; lo explico también aquí.
Los sondeos del 2020 sobrestimaron el voto latino considerablemente comparado con estudios posteriores usando la lista de votantes registrados.
La desindustrialización en Estados Unidos, por el “efecto China”, ha sido increíblemente traumática también; mucho peor que en Europa. Otra cosa de la que hablar en otro artículo; su intensidad explica en parte por qué Estados Unidos crece ahora con tanta energía.
"cuando se pone a decir que hay que poner a Liz Cheney ante un pelotón de fusilamiento, está bromeando"
En lo de la condescendencia hacia los votantes que mencionabas antes, también entra recortar cada declaración de Trump para, en muchos casos, hacerla peor de lo que es. O, como en este caso, poner palabras en su boca. No hablaba de "pelotones de fusilamiento", sino de "ponerla con un rifle ante cañones y armas apuntando y disparándole", es decir, de ponerla en un escenario de guerra.
Y viene a continuación de una parrafada en la que la critica por warmongering, por mandar a americanos a la guerra desde la comodidad de su despacho. Es un "seguro que no le gustaría tanto la guerra si fuera ella la que tuviera que entrar en combate". Es una declaración con la que muchos votantes demócratas estarán de acuerdo y que, en su fondo, podrían haberla hecho muchos políticos del partido demócrata acerca de ella y de su padre.
Luego está el estilo trumpista de insultar, despreciar a todo el mundo y decir que todo es porque le cae mal, todo gira en torno a él, pobrecito. Es una desgracia que la forma de hacer política de Trump se haya normalizado. Pero no ayuda (bueno, le ayuda a él) que ese estilo de mentir, hacer hipérboles y utilizar dobles raseros sea también alimentado por sus críticos.
Que el partido demócrata apoye un genocidio crees que ha tenido algo que ver?